lunes, 7 de enero de 2013

La impagable dignidad del maestro

Alberto Soldado (Jugador del Valencia C.F.)

Desde que uno tiene uso de razón y recuerda a sus entrañables maestros, ha tenido por esta profesión una especial admiración. Gentes humildes, entregadas a la causa de formar rectos ciudadanos con principios y valores. Hoy, más que nunca, se exige para la causa del magisterio una vocación especial.

La escuela ocupa en nuestros días el lugar de los padres y madres, de la familia. No hay colegio que no soporte la presión emocional de un altísimo porcentaje de niños que crecen en ambientes desestructurados, con sus inevitables consecuencias: tristeza profunda en el alma de los escolares, muchos de los cuales se rebelan contra un mundo que no entienden. ¿Qué importan las reglas ortográficas cuando en casa, si la tienen, no hay calor humano, ni abrazos ni dineros? 

Afirma la consellera que los medios no garantizan el éxito escolar. No me cabe duda. ¡Cuánta razón tiene la consellera! Piensa ella, claro está, que se invierte más de la cuenta. Tiene razón porque, afortunadamente, la educación necesita de maestros. Necesita de la voz que guíe, que marque disciplinas, deberes y compromisos; necesita de voces que sustituyan a la voz del padre alejado, tantas veces desconocido. La escuela necesita más que nunca de maestros que conozcan y sientan los problemas de la infancia rota, de maestros cercanos y amables que ofrezcan afecto, que respeten la dignidad y que inculquen a sus alumnos aquello que una sociedad perdida, desorientada, sin principios éticos ni dirigentes ejemplares dejó de ofrecerles. Todo eso necesita la escuela. Y todo se resume en maestros vocacionales. Como lo son la inmensa mayoría. ¿Cuál debería ser el sueldo de un maestro que pelea por conseguir el mejor de los ciudadanos? ¿Cuánto se ahorra el Estado de tener a jóvenes formados y de recto caminar?

El ataque a los maestros sólo tendrá como consecuencias un mayor deterioro del infectado cuerpo social. Gobiernos corruptos y despilfarradores contribuyen, qué curioso, a ensuciar la imagen de los funcionarios más cumplidores con su deber. A eso estamos llegando. 

Esos mismos maestros y maestras, honrados ciudadanos entregados a la causa más noble a la que puede entregarse una nación, reciben ahora de su gobierno llamadas de atención y veladas amenazas.
Asistimos estos días a un inmenso error político y a algo infinitamente peor: al retrato de una sociedad que abandona a su suerte a quienes más están haciendo por regenerarla desde las entrañas de la escuela. El tiempo pondrá a cada uno en su sitio. A los maestros, donde siempre estuvieron: en el corazón de la infancia agradecida a su labor. A los que los menosprecian y amenazan, en la basura de la historia.

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